Rostros color vino tinto.

Emigrar es un tema tan controversial por sus pro y sus contras que no ha dejado por fuera a ningún mortal que haya vivido esa experiencia. Hablar del exilio venezolano tiene una particularidad que radica en la actitud del emigrante frente a la adversidad, frente al reto de "echarle bolas" pues para nadie es un secreto que la jovialidad  del venezolano no tiene comparación.
El venezolano es una mezcla de razas, de allí su belleza y su carisma; es que sí, el venezolano es agraciado en su físico porque reúne al aborigen, al negro y al europeo en todo su ser; pero ninguno se parece al otro, aun siendo del mismo país o de la misma región el venezolano es distinto y mas aún por las calles de cualquier lugar de esa hermosa nación que es Venezuela, donde nadie puede compararse con otro pero todos se reconocen.
Dentro de Venezuela, está el maracucho, el gocho, el guaro, el caraqueño y un sin fin de adjetivos y gentilicios que se emplean para identificar al otro dentro del país; pero por fuera están los venezolanos a secas.
No los conoces, no sabes de cual Estado o región vienen, ni cuanto tiempo llevan por fuera, sencillamente los ves caminando en la calle sin mediar palabra y de inmediato los reconoces "es venezolano" lo delata su mirada cargada de energía, su caminar erguido decidido, su voz firme y sin vergüenza pues no la debe ni la teme, su amabilidad y esa sonrisa que destila armonía donde sea que llegue, ese el chamo de bien.
El venezolano está en todo el mundo haciendo bulla, despertando el ánimo que el frío invierno ha adormecido en la gente; llegó con su chicha, sus empanadas, las arepas, el tumba'o y la salsa a decirle a la humanidad...
 "vamos jodidos pero contentos y pa'lante mi pana"

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