El Reencuentro

Atravesó la puerta del elegante salón dorado y su cadencia al caminar dio cuenta de que no vacilaba en sus intenciones; la vi venir desde mi asiento y quede perplejo, no parecía la misma mujer que hace años conocí en el café de San Telmo. 

No lo digo por su apariencia pues ella era de esas mujeres con porte, cuya elegancia era evidente con cualquier atuendo, aun estando rota o abatida, su mirada siempre al frente con paso firme y uno a la vez, dejaba en el aire una especie de estela admirable que daba cuenta de que no era cualquier alma vacía vagando por doquier. 

Mientras más se acercaba a mi mesa, podía percibir su aroma; un olor tan inconfundible como inolvidable, un olor indescifrable y cautivador que sólo le pertenecía a ella, se acercaba viéndome fijamente y mis manos empezaban a temblar, como el primer día que la vi, no lograba sostener la mirada unos segundos sin sonreír. 

Mi cuerpo se estremecía con cada movimiento de sus caderas, me volvía loco en segundos. Y es que desataba en mi una euforia que jamás en tantos años ni con ninguna otra mujer había experimentado con solo verla a lo lejos. 

Traía puesto un largo vestido negro ceñido al cuerpo que mostraba muy sutilmente esas curvas en las que me perdí mas de una vez en las noches de junio del 99 y me dejaban sin alientos de querer hacer algo más que besar cada centímetro de su delicada piel por toda la eternidad; su cabello era un poema escrito en negras hebras onduladas que incitaba a cualquier cosa que pasara por mi mente, pero ella no permitía que nadie tocara su cabello, pues valoraba a su abundante melena como a un ser místico e incorruptible; por mi parte adoraba su pelo y amaba cada pedacito de su cuerpo que para mi era perfecto y verlo ahí viniendo hacia mi nuevamente como en aquellas tardecitas de paseo por Puerto Madero, con su vestiditos de flores y sus viejas zapatillas, resucitaba todas las emociones que creí muertas y olvidadas, la noche en que nos dijimos adiós. 

- ¿Llevas mucho tiempo esperándome? Preguntó sacándome del éxtasis en el que me encontraba.

- Lo haría toda una vida y las siguientes si así quieres, total que unos minutos no es nada. Le respondí con gracia. 

-Es evidente que no has dejado de lado tus hilarantes comentarios. Me espetó con tono sutil y siendo honesto no supe si fué un halago o un reproche, con ella era difícil distinguirlos.  

Me encantaba ¡por todos los dioses que me encantaba esa mujer! escucharla hablar de cualquier cosa con tal elocuencia y convicción era fascinante; verla en todas sus facetas y con todos sus cambios de humor era glorioso, me sentí afortunado de tenerla a mì lado y mucho mas aun que estuviese de vuelta.

- Estás hermosa. ¿Te gustaría beber algo antes de cenar?

- Gracias, pero no creo que vaya a quedarme. O bueno, quizá un vino tinto viene bien para la ocasión. 

- Es gracioso lo rápido que cambias de opinión, cuando se trata de vino. No has cambiado mucho tu tampoco ¿Un Merlot?

- Sí. Asintió con picardía. Pero solo será una copa, no tengo mucho tiempo. 

Hablamos de cosas, de su nuevo trabajo, de sus libros, mis negocios, de mi perro y por dentro rogaba que esa copa de vino no se acabara nunca. 

- Y a todas estas, ¿piensas en mi? me lancé de golpe, lo admito pero no me pude aguantar. 

- Sí, todos los días desde aquella noche en la placita, no he dejado de pensar en tí.

Mi corazón latía con fuerza, algo dentro de mí parecía que iba a estallar al escucharla. Tomé varios sorbos de vino para disimular. 

- De hecho -continuó mientras bebía de su copa viéndome fijamente a los ojos- tuve en mí mente éste reencuentro desde hace mucho y siempre supe que lo haría realidad. 

Mis ojos brillaban y mi cuerpo temblaba, pero un escalofrío recorría mi cuerpo; era una sensación extraña a la que no sabía como controlar.

- Sé que nunca me has dejado del todo y has hecho hasta lo imposible por encontrarme pese a mis intentos de escapar; aún me perturba aquella  promesa que hiciste en la plaza brindando con un Merlot pero entonces, es hora de que la cumplas. 

No me quedaba aire, me estaba sintiendo mareado y era obvio que no era de amor. 

- Prometiste que ibas a ser el único hombre en mi vida con el que sería feliz, antes de eso mejor la muerte. Ahora es tiempo.

Su expresión de satisfacción en el rostro, al verme retorcer en el suelo de aquel salón me fulminò. 








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